Ir al contenido
Universidad de Chile

Diversidad cultural: un derecho (de autor)

Diversidad cultural: un derecho (de autor)

PARA ENTRAR EN MATERIA

Para nadie es un misterio constatar que un mundo sin diversidad no existe, sino sobre todo, que no es posible. Y de serlo, sería un infierno. Todos sabemos que la individuación como la diversidad, resultan esenciales a la complejidad de nuestra condición humana. Lo mismo sucede con principios como la gregariedad y la interdependencia social que por muy contrarios que resulten a aquéllos, son igualmente complementarios. Es por eso que al hablar sobre estos conceptos u otros como la diversidad cultural, se está siempre en riesgo de caer en la obviedad y el simplismo, pues si hay algo que hoy todos compartimos consciente o inconscientemente es que no podemos renunciar a las complejidades de nuestra especie. 

Completamente distinto, resulta, sin embargo, hablar de la diversidad cultural  como industria. No se trata sólo de la industria de la diversidad de contenidos culturales sino también de las industrias comerciales de la diversidad. Aquí la situación es absolutamente distinta pues estamos frente a los problemas de fondo de toda organización  socio-cultural. Vale decir,  si actualmente tiene sentido hablar de protección de la diversidad cultural ésta lo tiene tanto por razones de identidad y complejidad social como por razones de orden tecnológico y económico. En este sentido, se necesita garantizar una mayor presencia de contenidos culturalmente diversos, pero garantizar también una mayor  diversidad de industrias comerciales. Ambas pueden y deben constituirse en mecanismos esenciales para una verdadera cultura de la diversidad  en la era de la globalización.  

Cuando no se cumple con el primero de los planteamientos, –el de garantizar adecuadamente contenidos culturalmente diversos– nos exponemos a la homogenización planetaria, operación  articulada básicamente por la industria cultural a partir de lo que  podemos llamar el manejo del monopolio de la diversidad. Aquí es la industria la que decide y acota los límites de lo diverso culturalmente. Complementariamente, el contexto globalizador junto con posibilitar una vastísima plataforma de contenidos conlleva también otro peligro: el de constituirse en campo privilegiado para las grandes corporaciones comerciales anulando o simplemente marginando a las pequeñas industrias. Aquí es el factor económico el que ejerce su poder sobre lo  cultural  limitando la presencia de las industrias pequeñas o independientes.

De un tiempo a esta parte se viene haciendo hincapié en estos fenómenos. Y ciertamente los tiempos traen nuevos contextos socioculturales, y con ellos nuevos desafíos. De aquí que actualmente el énfasis recaiga en la necesidad de proteger eso que se ha dado en llamar diversidad cultural, pues las condiciones de la industria cultural no parecen garantizar por sí mismas esto que es tan esencial a la vida y a la vida humana como es su riqueza y multiplicidad. De hecho, a partir del desequilibrio en esta etapa de la actual globalización –etapa marcada por la hegemonía de las grandes corporaciones– es que ya existe, en este sentido, una preocupación formal de parte de la UNESCO a la que muchos países de América Latina ya han adherido, entre ellos Chile. Asimismo, existe también, para el ámbito de la sociedad civil,  una Federación Internacional de Coaliciones por la Diversidad Cultural, que agrupa a más de medio centenar de Coaliciones nacionales en el mundo. La Coalición Chilena por la Diversidad Cultural ya se ha constituido y está comprometida en este esfuerzo, donde las sociedades de derechos de autor, como la SCD y la ATN han sido pilares fundacionales junto a otra veintena de instituciones en la formación de ese referente multicultural.

Por paradójico que resulte, se puede decir, entonces, que el progreso tecnosociocultural que ha posibilitado la expansión planetaria de los mercados, no garantiza por sí solo el florecimiento y difusión de este bien natural y cultural esencial a nuestra especie llamado diversidad. Es necesario crear imaginativamente los espacios de difusión a fin de contrapesar las amenazas y peligros que sin duda conlleva toda instancia comunicacional. En esta misma operación se juega el destino de la diversidad cultural  aportada por todas las comunidades del planeta y sus industrias culturales, como así también la construcción de esos destinos aportada por los creadores de las obras y contenidos de cada una de esas comunidades. De aquí que la diversidad cultural no sea únicamente un derecho de las comunidades y de las industrias, sino también y fundamentalmente, de los autores, siendo éstos, sin duda, los más desprotegidos en la cadena de la producción cultural actualmente en funcionamiento. 

I.-  UN PASO MÁS 

Diversidad y pluralidad, como decimos, han existido siempre. Lo que no ha existido es pluralismo: verdadero respeto y valoración por la riqueza de lo diverso y lo múltiple. Ciertamente, una de las tareas civilizacionales más urgentes tiene que ver con la necesidad de dar este paso. Se trata de avanzar hacia la complejidad sociocultural, es decir, hacia la comprensión concreta y práctica de lo que significa el enriquecimiento mutuo por la vía de la integración planetaria, pero garantizando, eso sí, la irreductibilidad de lo local: ya no es posible seguir pensando la cultura desde un centro privilegiado. Ya no hay centros privilegiados, pues las propias revoluciones tecnológicas diseminaron los centros, allanando con ello al camino no sólo hacia el pluralismo sino también, hacia otro modo de pensar la diversidad. De aquí que el mundo pueda y deba ser vivenciado desde la experiencia del descentramiento y la multiplicidad de centros. Hoy en día ésta multiplicidad está conectada por redes que aseguren su legítima validez e interdependencia. La diversidad y las diferencias culturales pierden el carácter de ruido o simple caos cuando sus códigos se nos hacen reconocibles, pues eso posibilita además, y por contraste, comprender mejor nuestra propia imagen y nuestros límites. Seguir pensando el mundo como un simple espacio donde desde un centro se despliega la homogeneidad cultural  no sólo es negarse a la vida y a la diversidad que esta transmite: es negarse a aceptar el potencial humanizador y liberador que la actual revolución tecnológica comporta.      

II .-   HA LLEGADO LA HORA DE  DEJAR ATRÁS LAS VIEJAS

         DISPUTAS  

Las viejas disputas  entre productores y creadores resultan del mismo orden que aquellas que indisponen a la industria de la diversidad cultural con los autores de las obras que utilizan. Pues si bien son prácticas claramente diferenciadas, esto no impide concebirlas y comprenderlas en su complementaridad, es decir, complejamente. Es nuestra tarea deshacer tanta desintegración y simplicidad, de aquí que necesitamos tejer las redes que nos permitan comprender la interdependencia de los distintos agentes de la industria cultural. Quizá por eso resulte pertinente destacar aquí  el trabajo del francés Edgar Morin, pues él viene proponiendo desde hace algunos años la necesidad de superar el reduccionismo lógico con que enfrentamos la realidad. Él propone un pensamiento complejo, donde la palabra complejidad nos lleva al meollo de la problemática moderna, ya que en su acepción latina complexus significa “ensamblar” “reunir lo que está separado”. En pocas palabras ha llegado la hora de pensar la fragmentación y reduccionismos modernos desde una nueva mirada: una que no pierda de vista la complejidad de todo proceso y de toda comprensión. Debemos volver a pensar el estatuto de nuestras categorías lógicas pues sólo así podremos deshacer tanta disputa innecesaria y estéril. Ha llegado la hora de dar el salto a la complejidad y no por un asunto de simple ejercicio intelectual, sino por la propia sobrevivencia de lo que hasta ahora hemos podido construir como especie simbólica.    

III.- HACIA UN ORDEN / DESORDEN COMPLEJO 

Con las herramientas actuales no podemos seguir cegándonos a la experiencia de lo complejo. Algo que comporta, por cierto, altas dosis de incertidumbre y perplejidad ante la experiencia de lo raro. Sin embargo, esto es algo completamente distinto  a lo que sucede con la actual confusión conceptual derivada de marcos teóricos sesgados por la simplicidad. Esto se expresa cabalmente en el actual colapso de las concepciones metafísicas bajo la arremetida mundial del pragmatismo. Algo que no nos debe sorprender sino más bien incentivar a repensar lo heredado, pero ahora, ciertamente, en términos de complejidad. Este esfuerzo crítico permite no sucumbir de esclerosis ante la disfuncionalidad conceptual de lo heredado, pero tampoco sucumbir de entropía ante la arremetida de lo nuevo y lo diverso que cada día, como sabemos, exige mayor espacio y visibilidad. Por el contrario, necesitamos vivir y alimentarnos de los cambios y del caos que muchas veces éstos generan en nuestras estructuras: precisamente de ese contacto nacerán las condiciones para un nuevo ordenamiento, uno que no asfixie y  que a la vez contenga la arremetida del nuevo contexto global de cultura. De hecho, en mayor o menor grado, la repercusión de los cambios que afectan a las categorías y concepciones que circulan por nuestro paisaje conceptual son claramente una de las causas irrefrenables de los conflictos que hemos venido señalando en esta presentación. La conceptualidad heredada se corresponde a una tecnología, a un estado del saber  y a un sistema de producción que en la práctica ya no es el que hoy circula y predomina. Naturalmente, este desfase conceptual ha vuelto caduco y disfuncional las cartografías del pensamiento anclado en un mundo prepragmático, algo en lo que ciertamente no se repara y que sin embargo está dañando profundamente la  adecuada circulación de obras artísticas e intelectuales en el modelo tecnológico y económico-social de nuestro tiempo. Al introducir antes el concepto de complejidad,  queríamos mostrar, aunque sólo fuera por encima, la necesidad de rediseñar equilibradamente lo que está en juego en las relaciones prácticas y conceptuales  entre las culturas y las industrias culturales, entre los autores y las industrias, algo que sin duda exige nuestros mayores  esfuerzos y energías.  

IV.- DE LA METAFÍSICA AL PRAGMATISMO MODERNO  

Los retóricos de todas las épocas saben mejor que nadie que no existe mayor constructor de realidades que el lenguaje: por lo mismo, el ejercicio por su dominación ha constituido desde siempre la verdadera pugna del poder. Se aprecia entonces que sea en este contexto virtual –el del lenguaje– donde verdaderamente se teje esa paradoja que abraza tanto los sueños como las realidades de la humanidad. A nadie debiera sorprender, en verdad, el hecho que al hablar de diversidad o de respeto y valoración por la diversidad se transforme en algo más que una declaración de simples buenas intenciones, pues también de hecho, lo que se hace es instalar una plataforma de lucha para la creación de un nuevo espacio de diálogo y comunicación entre las comunidades del planeta. Y si es el lenguaje el verdadero instrumento por el cual se pueden incubar conductas que permitan inyectarle complejidad a esta perfectible e inmadura globalización, entonces reparamos que son los autores los auténticos agentes de este cambio que desde todos los rincones del planeta se exige y reclama cada vez con mayor fuerza. 

Se aprecia entonces que el éxito de la globalización sólo será sustentable si se fortalece complementariamente la riqueza cultural de la diversidad local. Y no sólo eso pues así como sabemos que no hay mundo sin diversidad tampoco existe ésta sin obras ni éstas sin autores. Es precisamente en esta cadena donde tenemos que poner la atención  y es su protección lo que nos debe mostrar no sólo el valor que le concedemos sino el reconocimiento a su necesidad y legitimidad.    

Al finalizar quizás valga la pena recordar las palabras de Martin  Heidegger acerca de la poesía, pues como se recordará, para él la poesía no es otra cosa que “la fundación del ser por la palabra”, algo que sin duda nos orienta en una época de desestructuración y cambios profundos. Pero también nos hace no perder de vista la insustituible función de los autores en la fundación de lo humano en cada cultura. A partir de este múltiple juego de espejos y dependencias se comprende entonces la importancia que tiene una adecuada protección del derecho de autor pues la naturaleza misma de la creación artística e intelectual está ligada no sólo a la plataforma pragmática de la industria, sino también y quizás de un modo más profundo y radical, al destino mismo de cada cultura y con ello al destino profundo de la humanidad. Nuestra época nos abre las puertas precisamente hacia la comprensión compleja de estos procesos. De aquí que trabajar para su integración de un modo equilibrado y plausible se ha convierta en uno de los desafíos mayores, tanto para la cultura y sus industrias, como para el desarrollo potencial de su multiplicidad y riqueza. 

César Cuadra
Sociedad Chilena del Derecho de Autor 
Intervención en el Congreso Internacional de Creadores dramáticos,   Literarios y audiovisuales.
Río de Janeiro; 1-2, Abril, 2008.
Fecha de publicación:
Lunes 1 de septiembre, 2008