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Universidad de Chile

Columna de Patricio Bañados

Autocensura cultural

Autocensura cultural

Podría decirse que los chilenos nacemos con la autocensura incorporada, porque dentro del estrecho círculo nacional cuya opinión importa, la relación entre parientes, amigos y conocidos es tan constante que hace prácticamente imposible ser asertivo sin rozar la epidermis de alguien medianamente cercano. Esto hace que desde muy temprana edad prime por sobre otras consideraciones, en la conducta de quienes pertenecen a dicho currículo, la conveniencia de no entrar en conflicto con el medio. Por otra parte, como desde allí se impone la docena de supersticiones que nuestra sociedad tiene por principios, el resto de la población tiene que acatarlas como dogmas o aprender muy pronto que ponerlos en duda es visto como una amenaza.

Quien llega con esa matriz a los medios de difusión, cuyos dueños casi invariablemente son selectos administradores de lo correcto, por lo general no necesita de mayor bozal para conducirse adecuadamente. Mi experiencia es que, para la mayoría, el problema de la censura o la auto censura, si es que la perciben, lo es sólo como una molestia esporádica y menor. Durante la dictadura, por ejemplo, docenas de jóvenes llegaban, a las salas de prensa recién salidos de la universidad, con una vergonzosa obsecuencia hacia el poder incorporada como parte normal de su lenguaje. 

Tendremos que limitarnos, pues, a los que sí resienten esa mullida obediencia al rebaño y buscan la manera de sacudir las trabas. ¿Se puede hablar de autocensura en quien sabe que de transmitir determinada opinión o información irá directo a la calle? Me parece que no. Que estaríamos ante un régimen de censura, pura y simple, en que no hay alternativa. El problema nace cuando, al margen de períodos de excepción implantados por la fuerza, la censura desde las alturas no es reconocida, se dice que no existe y, por lo mismo, no se conocen con exactitud sus límites. Es allí, a la sombra de la incertidumbre, donde nace la autocensura. 

Una vez más tendremos que hacer diferencias en el dilema que se presenta a quienes viven esa situación. Porque muchos –y caramba que los hubo durante la dictadura- intuyendo que el límite pueden andar cerca del punto diez, prefieren no arriesgarse más allá del punto seis. ¿Podemos hablar de autocensura si quienes adoptan esa actitud lo hacen acatando sin el menor remordimiento un sistema que no les parece opresivo? Me parece que no, que estamos, más bien ante casos de indiferencia o inconciencia. Que suelen ser lo mismo.

En el otro extremo estarían los que, sin conocerlos con exactitud, constantemente intentan tocar o correr esos inciertos márgenes, tanteando hasta que reciben un palmetazo, y retroceden solo para volver a intentarlo más tarde en otra dirección. Curiosamente, me parece que es sólo aquí, entre quienes enfrentan la situación con rebeldía y conciencia ética, donde podemos hablar auténticamente de autocensura. Porque sólo aquí estamos ante quienes enfrentan en conciencia el dilema de decir o no decir, a veces diariamente, desde materias trascendentes hasta detalles de lenguaje, aparentemente nimiedades, pero que, a la larga, van construyendo un todo. ¿Dónde se encuentran los límites morales en este caso? ¿Hasta qué punto y en qué materias es legítimo dejar pasar? ¿Por último, en qué momento de esta lucha vale la pena no ceder o arriesgarlo todo? Entretanto, esa persona practica una autocensura que se justificaría en pos de un bien superior. Lo que no deja de constituir un constante y angustioso equilibrio entre lo estratégico y lo acomodaticio. 

Patricio Bañados
Fecha de publicación:
Sábado 30 de junio, 2007